Lunes 8 p.m.


A esta hora de la tarde, el sol ya oculto, y con la última luminosidad del aletargado resplandor, veo desde mi ventana un centenar de golondrinas revoloteando en círculos las copas de los árboles. Ha estado lloviendo desde el viernes. El viento aun persiste.

Y te decía, estoy aquí, como me gusta hacerlo, pensando en escribirte. Te nombro en mi corazón, te siento en mi alrededor, a pesar de tan poco, tu cercanía es lo que estaba necesitando. Ya sabés estoy sereno. Ahora que te acercás ya me estoy acostumbrando a esperarte. Así me vas a conquistar, me parece. Espero otro momento. Me gusta tu existencia, me hace sentir bien, como si lo importante fuera sólo eso, tu presencia. Muchos me envían apreciados mails, algunos son sobrios, inteligentes, otros divertidos, otros sensuales, y no faltan los que son bodrios, pero cuando me llega el tuyo algo diferente sintonizo. Seré yo, decís, para hacerte la ingenua.

Tomo un sonido, es un gorrión que se ha posado en mi balcón. Picotea alguna rama de una planta con flores en una maceta. Ahora se subió a otra maceta. Pega saltos y vuela hasta la baranda. Desde allí canta, de su sonido mi recuerdo en una tarde de verano, en Málaga, cuando unos gorriones se acercaron a comer las migajas de un pan en la costanera, y estaba ahí mirando el mar.

Y mientras... se acercó tu mirada como un deja vu, que se hizo emoción, entre tanto fluir, entre luces y sombras, deseos y ausencias.

...y el gorrión que se vuela, y las nubes que oscurecen, y la noche que sopla, el espacio que está inventando el deseo de verte por primera vez...amor.

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