Un amanecer, un sol radiante, un sereno transcurrir entre sonrisas y bienestar. La noche es distante y la distancia se apaga. Una vida, un recorrido. Sin saber cómo y por donde una nueva realidad va colocando a Iván Ilich en un camino sin retorno, en la cuenta regresiva fina, solemne, categórica. Un relato donde el periplo es internalizado sin recurrir al simbolismo poético, a la alteridad. Sobriedad sagrada, la fuerza distintiva de la literatura rusa. El mundo psicológico profundo, el entramado de las emociones más viscerales del hombre que en plena conciencia despierta ante el acontecimiento de su final. La magia no ocurre, el milagro no existe y es remplazado por un vivenciar sobrio y terriblemente pasional, donde la soledad es comprendida en todas sus expresiones. En medio de los acostumbrados vínculos, lazos, y afectos íntimos, la soledad frente a la muerte desgarra todo, superando en magnitud cualquier dolor físico. La vivencia de su propio destino, su muerte.
Soberbia obra de arte, una novela corta de impresionante realismo y emocionante lectura. Poética dura y definitiva, como la realidad. Hace muchos años leí esta obra de Tolstoi, y confieso que es una de esos pocos encuentros literarios en la vida que han marcado un antes y un después. Nunca más me he olvidado de este relato, algo cambio desde ese momento y para siempre. Habrá incidido mucho que lo leí meses después de la muerte de mi padre.
Soberbia obra de arte, una novela corta de impresionante realismo y emocionante lectura. Poética dura y definitiva, como la realidad. Hace muchos años leí esta obra de Tolstoi, y confieso que es una de esos pocos encuentros literarios en la vida que han marcado un antes y un después. Nunca más me he olvidado de este relato, algo cambio desde ese momento y para siempre. Habrá incidido mucho que lo leí meses después de la muerte de mi padre.
El escritor pudo llegar hasta la mente en la muerte de Ivan Ilich y nos rodea, sin poder huir.
Leon Tolstoi otro genio.
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